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POT y antiplanificacion urbana en Bogotá

Por Horacio Duque  

En el contexto del proceso para escoger la nueva alcaldesa o alcalde de Bogota el próximo25 de octubre, el debate programático correspondiente alude a diversos temas relacionados con la existencia y desarrollo de la ciudad.

Un asunto de la mayor trascendencia se refiere a la planificación urbana y al papel de los Planes de Ordenamiento Territorial/POT.

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Por Horacio Duque  

En el contexto del proceso para escoger la nueva alcaldesa o alcalde de Bogota el próximo25 de octubre, el debate programático correspondiente alude a diversos temas relacionados con la existencia y desarrollo de la ciudad.

Un asunto de la mayor trascendencia se refiere a la planificación urbana y al papel de los Planes de Ordenamiento Territorial/POT.

Los expertos están sugiriendo la revisión de las normas existentes en materia urbana toda vez que el  31 de diciembre de 2015 vence la vigencia del actual POT, por esto, la alcaldesa o alcalde que sea elegido, deberá presentar a la ciudad una nueva propuesta de norma urbanística.

Para Eduardo Berenthz, decano de la facultad de ingeniería de la Universidad de los Andes, es esencial que el nuevo POT tenga claro el tema de la densificación de la población.

Mejore la densidad población de Bogotá, que obliga a tener mejores distancias entre los edificios, que se revise el tema del centro ampliado, esta ciudad debe ser es poli céntrica, además de una ciudad donde el desarrollo y la economía se han favorecido por la norma y no caer en esa trampa de paradigmas de lugares comunes que terminan afectado en desarrollo inmobiliario de la ciudad.

Para Martha Moreno, presidenta de Camacol Bogotá y Cundinamarca, la próxima administración debe pensar en una ciudad densa y compacta.

Qué tipo de densidades tenemos para la ciudad y que necesita Bogotá en términos de renovación de servicios públicos domiciliarios agua, alcantarillado, energía, telecomunicaciones. La ciudad debe ordenarse estratégicamente, política, geográficamente en servicio de nosotros los ciudadanos, al servicio de los proyectos productivos.

Moreno afirma que es importante que el POT tenga en cuenta la ciudad durante los próximos años, cuando se cumplan los plazos para una nueva revisión.

Los dos expertos coinciden en afirmar que es necesario que este POT este en armonía con los cambios urbanísticos que ha ocurrido en los municipios de la Sabana de Bogotá”. (http://bit.ly/1BwCAIt).

No se puede olvidar que alrededor del POT de Bogotá hay una áspera controversia. La actual administración expidió el Decreto 364 del 2014 (http://bit.ly/1tsD9eM) con un nuevo Plan de Ordenamiento Territorial que fue demandado ante el Consejo de Estado y suspendido provisionalmente por dicha entidad dejando vigente el POT adoptado en el 2004 mediante el decreto 190 (http://bit.ly/1THIFYB).

A este respecto conviene señalar que con cerca de 15 años de vigencia, los Planes de Ordenamiento Territorial adoptados en desarrollo de la Ley 388 de 1997 (http://bit.ly/1jkKA2t) no presentan los mejores resultados en términos de equidad, democracia y justicia social. Hoy los centros urbanos de Colombia registran amplia segregación social, pobreza, miseria y un agudo dualismo entre los condominios de las clases adineradas y los tugurios y espacios urbanos indignantes para millones de seres humanos.

Los POT  han servido de palanca a las ciudades neoliberales. Son verdadera basura neoliberal aprovechada para la especulación y las burbujas inmobiliarias de las oligarquías formadas en el negocio de la vivienda y la manipulación de los precios de la tierra urbana. Los grandes proyectos urbanísticos que les acompañan, como en Bogotá, simbolizan la desconexión que se produce entre la ciudadanía y la clase política que fabrica urbes imposibles, y expulsa a la población original por obras de mayor poder adquisitivo.

De ahí que cuando se oye a un político hablar de regeneración urbana hay que asustarse: los politiqueros sólo calculan sus batallas por  el poder. Regenerar la ciudad no significa ocultar los problemas o llevárselos a otros sitios. Pensar hoy la ciudad es soñar con grandes parques y espacios ecológicos para adentrarse en ellos y para hacer más fraternas las ciudades acorraladas por el deterioro y la podredumbre. Psicogeografía es la disciplina que se propone hoy a través de la recuperación de recorridos trazados por el caminante en su sueño de exploración lúdica y aguda del entorno,  en su afán de encontrar el trasfondo mágico del espacio y la arquitectura que la asocia. ¿Qué se perdió para siempre de las ciudades tal como  lo verifica en cada una de sus novelas Modiano, en cada uno de sus recorridos Marc Augé, en cada retazo de recuerdo de Benjamín? Volver a recorrer la ciudad es enterarse de las desapariciones dolorosas de aquello que el paso del tiempo había llenado de magia y fue articulando poéticamente y hoy ha sido  desarticulado por esas “grandes obras” en cuyo fondo lo único que nutre son los oscuros contratos.

¿Cómo, en medio de estas salvajadas, volver más amables las ciudades? Amables quiere decir a escala humana, bajo el derecho de cada ciudadano a permanecer en el lugar escogido para vivir y morir sin estar asediado por normas que encubren bajo fraseologías supuestamente legales como los impuestos prediales y de valorización la expulsión de las gentes de sus lugares de origen. ¿Dónde está la ciudad proyectada para la infancia, la ciudad para los adultos, para los ancianos, responsabilidades a resolver espacial y paisajísticamente por parte del urbanismo oficial?  O sea la ciudad que crea ciudadanos y no extraños, que fortalece los vínculos sociales en lugar de romperlos abruptamente, que recupera la calidad de la vida en lugar de deteriorarla, que fortalece la interacción vecinal en lugar de estratificarla malévolamente.

En Bogotá  se está dejando de lado a la gente. Nadie escucha a las personas que viven en los barrios. Los hospitales y las escuelas están al borde del colapso porque nadie invierte en ellos. Pero cada vez hay más burocracia, más edificios de moda. La propaganda donde se presenta como un paraíso lo que no es más que un infierno, busca que cerremos los ojos ante un grave problema, cuando lo ético consiste en hacer al ciudadano  partícipe crítico de una problemática que es la suya y detrás de cuyas aparatosas  demostraciones  tecnológicas siempre se disimula un error cuyas consecuencias se pagará con el detrimento de la vida ciudadana.

Es la circunstancia que induce la necesidad de un balance de tales instrumentos de política pública y la urgencia de proyectar nuevos criterios en materia de planeación para que el derecho a la ciudad sea una realidad.

Planteada en esos términos la controversia, sugiero profundizar en el papel de la planeación,  los impactos del neoliberalismo en las ciudades y la necesidad de ofrecer otros parámetros desde la antiplanificación urbana. Si Bogotá quiere cambiar su destino  tiene que desarrollar otra doctrina, otra  práctica,  y  una  planificación  contestataria  o  alternativa  a  la  que  la  globalización  neoliberal impone.

La planificación institucional de los POT, es una secreción de una sociedad dominada por el valor de cambio que, por ende, genera un espacio homogeneizador, represivo y cuantitativo, manteniendo a raya la diferencia, la calidad y la creatividad. La planificación urbana es un acto de poder.

Entonces se puede hablar de un poder que  impone  su agenda desde arriba, una  negociación donde  cada parte entra con la misma posibilidad de influir el resultado, o un ejercicio de contradicciones donde puede haber formaciones que incluyen varios sectores de clase bajo el control de una de ellas (ej. el clientelismo) o una lucha por imponer los intereses de una a las demás.

La democracia liberal  representativa  ha  propuesto  una  planificación  con  participación  constreñida (planificación  participativa recortada)  donde  se  manipulan  los  intereses  de  clase  y  donde  se  presentan muchas  combinaciones.

La planeación urbana

Si definimos el planeamiento urbano como cualquier forma de intervención pública que implique un principio de orden, de regulación formal sobre el modo de producirse los asentamientos de población humana a lo largo del tiempo, podremos acordar que, en este sentido amplio, dicha actividad es tan antigua como la propia aparición de asentamientos estables y organizados de población, surgidos con la revolución agrícola hace unos 5.000 años.

Es decir, no hay formas urbanas absolutamente casuales; la propia elección del sitio implica siempre un proceso reflexivo más o menos explícito.

Sin embargo, el afán clasificatorio de cualquier disciplina -la urbanística entre ellas-, lleva a distinguir los momentos en que predomina el crecimiento «desordenado», espontáneo, escasamente sometido a reglas explícitas de trazado o a condiciones de edificación, de los episodios en los que se puede determinar con precisión los instrumentos (planos, acuerdos.) que han supuesto un desarrollo ordenado o planeado.

Los primeros son típicos de las situaciones históricas estables, en las que el crecimiento se produce de manera lenta y los cambios son graduales y relativos. En estas condiciones se puede afirmar que la necesidad de reglas particulares sobre las formas y condiciones del desarrollo urbano son menos necesarias; la adaptación a las características topográficas y físicas del territorio, la continuidad de las regulaciones ancestrales de propiedad, herencia y división del suelo, la pervivencia de formas constructivas y de invariantes tipológicos, actúan de hecho como reglas sustitutorias de eficacia comprobada y suficiente.

La planeación urbana y los POT en la globalización neoliberal

Con  la globalización neoliberal han surgido una serie de cambios con un  impacto profundo en  las tareas y posibilidades de la planificación urbana. Ellos incluyen:

1.  Globalización neoliberal de mercados de bienes y servicios.

2.  Movilidad Creciente del capital versus inmovilidad de  la fuerza de trabajo. La globalización neoliberal ha dado prioridad a la movilidad del capital que puede peinar el globo en busca de oportunidades de  inversión, adquisición estratégica de activos y apropiación de cuanto pueda  ser  convertido  en  ganancia.  Dominada  por  el  capital  financiero,  la  globalización neoliberal se enfoca en obtener grandes ganancias a corto plazo a  través de  la compra y venta de activos,  inversiones de portafolio,  fusiones, creación de  instrumentos  financieros nuevos, y especulación con  la deuda y los mercados inmobiliarios, entre muchos otros. Firmas con  la capacidad de producir prácticamente en cualquier geografía pueden desinvertir en una  ciudad  dejando  detrás  de  si  crisis  de  grandes  proporciones  para  invertir  en  otra  o pueden chantajear a los gobiernos y a los trabajadores con la amenaza de reubicación. En tanto,  la  movilidad  atrapa  a  la  fuerza  de  trabajo  en  geografías  locales  o  nacionales, poniéndola en desventaja  frente al  capital que puede abandonar  un mercado  laboral por otro generando lo que se denomina competencia hacia abajo.
 
3.  Redefinición  de  las  economías  nacionales  y  locales.  Con  la  liberalización  y  el desmantelamiento  del  sistema  benefactor  y  distributivo  desaparece  el  papel  igualador  o protector  del  Estado,  empiezan  a  borrarse  las  fronteras  y  emergen  las  regiones  y  las  ciudades como  las unidades o módulos de  la economía global. Con esto no solamente se  profundiza el desarrollo desigual sino que las ciudades quedan a merced de los juegos del capital.  Aquí han  surgido  dos  análisis:  de  una  parte  está  el  llamado  sistema  global  de ciudades  en  competencia   y  de  otra  la  versión  de  ciudades entrelazadas  por  las  actividades  de  empresas  multinacionales  en  telarañas  que  se extiende  por  el  globo  maximizando  utilidades  y  disminuyendo  costos.

Limitaciones  en  los  medios  de  comunicación  han  aislado  unas  regiones  y  geografías poniéndolas en desventaja pero a  la vez dándoles cierta protección contra la competencia y han privilegiado a  las geografías con  las mayores  facilidades de exportación. En  tanto, ventajas acumuladas en épocas previas sobre todo en las ciudades capitales han permitido que  algunas  ciudades  se  reconviertan  progresivamente  en  busca  de  un  mayor protagonismo en el mercado global.

4.  Reorganización de  las economías urbanas en  torno a los servicios, el capital  financiero,  la industria del espacio y las exportaciones. En general la transición ha sido  traumática para muchas  ciudades  y dentro de ellas para determinados  sectores. La degradación de la industria o la desindustrialización han representado la pérdida masiva de empleos  adecuados,  removido  la  escalera  de  la  movilidad  social  en  el  sector manufacturero, y generado empleos con salarios más bajos y condiciones de  trabajo mas difíciles.  La  economía  de  servicios  es  una  economía  polarizada  entre  una  minoría  de empleados con altas calificaciones y  remuneración y una mayoría empleada en el sector informal  o  en  empleos  de  baja  remuneración.  Otros  empleos  de  clase  media  han  sido degradados  o  eliminados  por  ejemplo  a  través  de  la  contracción  del  sector  público.  La burguesía industrial ha sido reemplazada o se ha transformado en burguesía financiera a través  de  la  liquidación  de  sus  activos manufactureros  o  la  transferencia  de  capitales  al sector  financiero, con  las subsiguientes contradicciones  y  traumas. Precisamente cuando la  globalización  neoliberal  genera  una masa más  grande  de  trabajadores  dependientes, informales,  subempleados  o  desempleados,  el  Estado  privatiza  los  servicios  sociales, pierde fuentes de ingresos, se contrae, y disminuye su capacidad de gestión urbana.
 
5.  Crisis  generalizada  de  legitimidad  y  control  social.  En medio  de  todo  esto,  el  individuo queda abandonado a su suerte mientras que se  le exige  lealtad a un Estado que poco  le ofrece.  En  la  ausencia  de  calificaciones  apropiadas  y  recursos  o  acceso  a  capital, operando  con  todas  las  desventajas  en  una  economía  global,  e  incapaz  de  vender  su fuerza de trabajo para garantizar al menos una reproducción adecuada, muchos tienen que acudir  a  las  economías  informal  o  criminal,  la  autoayuda  instaurando relaciones  sociales  extralegales  o  ilegales  de  producción,  explotación  mutua  y supervivencia con sus propios ordenes alternativos de valores ad-hoc de acuerdo con  las actividades.  En  consecuencia,  el  ciudadano  se  encuentra  en  una  contradicción  entre  la normatividad y la práctica diaria de violación operando en una red cada día más gris. Si se suma  a  esto  el  ataque  a  la  acción  organizada  (ej.  sindicatos  y  organizaciones  de  la sociedad  civil),  la  desprotección  del  trabajador  raso,  prácticas  como  el  clientelismo,  la pérdida de  control por parte del Estado de muchos espacios urbanos  (especialmente  los asentamientos  irregulares),  la  corrupción  y  escándalos  entre  funcionarios  e  instituciones públicas, y  la pobreza e  indigencia crecientes  tenemos una  idea del desorden y  la crisis urbana de  legitimidad. Entonces,  la relación del estado con el ciudadano pasa de ser una que combinaba el control social con cierta  redistribución y el beneficio ciudadano por una de vigilancia, abandono y represión.

6.  Crecimiento de  la criminalidad,  la  impunidad y  la  inseguridad urbanas. La criminalidad,  la impunidad  y  la  inseguridad  han  aumentado  masivamente  en  las  ciudades. A la inseguridad tradicional de bandas, gamines, y formas similares menos nocivas se han sumado hoy  la violencia organizada y armada de  las drogas,  los  llamados grupos de autodefensa, la matanza e intimidación de líderes sindicales y populares, las luchas por el  control  de  los  barrios  populares  y  otras  similares.  Las  autoridades  locales  son incapaces de controlar en forma adecuada las nuevas formas de criminalidad debido a los recursos cada día más limitados con que cuentan,  la desprotección de  las comunidades, las actividades económicas extralegales y criminales y, porque no decirlo, la sensación de no futuro de gran parte de la población cada día mas seducida por el consumo y con menos recursos para consumir.

7.  Segregación  social  espacial  creciente.  Bien  sea  por  temor,  bien  sea  por  una  estructura económica cada día más polarizada, o por el crecimiento desmesurado de  tecnologías e industrias de seguridad,  las clases medias y altas han empezado a aislarse en unidades cerradas  o  espacios  fortificados  con  sistemas  cada  día  más  sofisticados  de  seguridad produciendo  una  segregación  social  más  agresiva  que  en  épocas  anteriores.  A  ello  se suma  la  creación de espacios exclusivos de  centros comerciales  y  consumo para  estas  clases  y  la construcción  de  lugares  de  trabajo  inaccesibles  al  público.  Por  otra  parte  están la privatización creciente del  transporte,  las vías,  la educación,  la salud  y toda clase de servicios con la subsiguiente separación de clases, espacios y usos privando a una mayoría carente de los recursos necesarios para comprarlos.

8.  Demandas  y  desafíos  nuevos  desde  la  sociedad  civil.  Mencionemos  por  ultimo  la organización de grupos de ciudadanos para enfrentarse al poder totalitario de los sectores público y privado. En parte promovidos por la globalización de ideas y luchas, en parte por la  fragmentación  y  diferenciación  social,  o  por  la  necesidad  de  defender  sus  intereses contra  abusos,  o  el  oportunismo,  estos  grupos  y  movimientos  constituyen  un  desafío importante para  un  sector publico autoritario  y un  sector privado que  reclama monopolio total de sus decisiones. La actitud de los gobiernos y el sector privado contrasta entre una retorica  de  participación  y  concertación  y  una  práctica  de  acuerdos  a  puerta  cerrada, autoritarismo  y  excusas  crecientemente  sofisticadas  para  evadir  la  presión  creciente  de estos grupos.   No se ha  logrado  integrar efectivamente este nuevo desafío;  la  respuesta  general  ha  sido  una  de  coerción,  manipulación,  represión  o indiferencia. A pesar de  todo,  la persistencia de estos grupos, el apoyo  internacional, y  la misma  retórica  de  entidades  como  las  Naciones  Unidas  y  el  mismo  Banco  Mundial (especialmente en la promoción de gobernanza) han ido creando una cultura contestataria que  de  alguna manera  se  presenta  como  alternativa  a  las  acciones  violentas  de  masas provocadas por decisiones gubernamentales o por el deterioro de  las condiciones de vida para una mayoría de la población.

Estos  son  algunos  de  los  parámetros  y  desafíos  nuevos  de  la  planificación  urbana.  De  hecho, quizás el punto más positivo recientemente ha sido el descredito de la planificación urbana clásica de corte tecnocrático como la de los POT que a nombre de  la ciencia reclama el derecho a determinar por sí misma  la dirección y prioridades de la ciudad. Atrapada en la producción de planes maestros parciales de ordenamiento interminables y a menudo  impracticables que privilegian la dimensión espacial sobre  las demás, esa planificación es  criticada  hoy  por  autoritaria  y  elitista  y  por  favorecer  los  intereses  de  especuladores inmobiliarios,  institucionalizar  la  separación  social,  y  convertirse  en  un mecanismo  unilateral  de control.

Si  bien  hay  mucha retórica  a  favor  de  los  planes  participativos,  es  difícil  esperar  que  estos  produzcan  los  cambios radicales que son necesarios para enfrentarse al status quo.

Competitividad y gobernanza como ejes dogmáticos de los POT

Los  dos mandatos  centrales  de  las  agencias  internacionales  y  de  la  globalización  neoliberal  en relación con la planificación urbana hoy son los de competitividad y gobernanza. Desde otras perspectivas y  con  cierto  apoyo  de  la    institucionalidad  han  surgido  otros  temas  como  sostenibilidad  y diversidad.

Inspirados por el neoliberalismo, los temas de competitividad y gobernanza se han convertido en el dogma  nuevo  de  la  planificación.  El  asunto  no  es  que  hacer  sino  como  construir  ciudades competitivas  y  sistemas  urbanos  de  gobernabilidad.  Planear  hoy  es  identificar  las  estrategias  que cada geografía debe seguir para atraer la inversión privada y promover el mercado. El supuesto es que  toda  firma,  toda persona,  toda geografía,  toda unidad política está compitiendo contra  todas las demás por  recursos escasos. Al  lado de  la competitividad han surgido subtemas como  los de ventaja comparativa, nicho, y así sucesivamente. No es necesario repetir aquí las ya bien conocidas prácticas, discursos, y planes de la competitividad. A nivel de la planificación urbana  ha  predominado  el  tema  de  una  jerarquía  urbana  global  y  la  subsiguiente  competencia entre  todas  las ciudades del mundo por adquirir la condición de ciudad empresa global o por avanzar en  la jerarquía desplazando a otros.

Por  su  parte,  gobernanza  ha  sido  propuesta  como  la  verdadera  planificación hoy.  Este  concepto  tiene  un  alto  nivel  de  vaguedad  y  retórica.  Evoca  el  reemplazo  del  Estado bienestar que arbitraba entre el sector privado y la sociedad civil o trataba de crear un equilibrio de intereses por consorcios entre la comunidad, el Estado y el sector privado donde se debería decidir por acuerdo y cada quien debería aportar lo que le corresponde. Aquí también se utilizan términos altamente  retóricos  como  los  de  responsabilidad,  autogestión,  y  asociación  libre.  En  principio, nadie  podría  oponerse  a  tales  propuestas.  Sin  embargo,  no  todo  lo  que  brilla  es  oro.  Es muy importante  salir  del  estado  de  fascinación  o  apabullamiento  con  que  se  han  impuesto  estos conceptos y entrar a analizar la manera como ellos han sido apropiados en la práctica.

Empezando por  la competitividad,  tanto ella como  la economía que  la propone están basadas en supuestos que nadie ha comprobado e indican prácticas muy desiguales. ¿Es la economía global realmente competitiva? ¿Es cierto que  las ciudades han entrado en competencia o acaso es que hay agentes que se benefician de obligar a  las ciudades a competir?  Pueden  las ciudades obtener beneficios  reales de sus ventajas comparativas o es este un artificio para obligarlas a especializarse en formas de competir que pueden  implicar  la aceptación de desventajas como  la de ofrecer  fuerza de  trabajo barata o productos  con  poco  valor  agregado?

La  teoría de  la  jerarquía global y el supuesto de que  las  ciudades  han  entrado  a  competir  la  una  contra  la  otra  no  se  apoya  en  evidencia  sólida alguna.  En  cambio,  un  análisis  detallado  de  la  forma  como  las  multinacionales  organizan  la globalización muestra una operación en telaraña donde ellas ejercen distintos niveles de presencia a través de las ciudades del globo buscando una combinación apropiada de economías de escala y alcance, distribución de  riesgo, y expansión de oportunidades. En  tanto, ¿cómo explicar que  las empresas multinacionales prefieran  las  fusiones empresariales o comprar  la competencia más  bien  que  competir?    O  acaso  deben  las  ciudades  de Colombia, y Bogotá en particular, creer  que  tienen  las mismas  posibilidades  de  atraer  los  cuarteles  generales  de  compañías  multinacionales  que  los países  centrales  donde  el  gobierno  les  ofrece  su  poder,  contratos  y  leyes  para  avanzar  sus intereses  y  poder  económico  y  aun  sus  ejércitos  para  invadir mercados  y  abrirles  las  puertas?

Basta con mirar que la práctica de la competitividad pone a las ciudades a merced del capital para pensar  que  este  concepto  puede  estar  más  al  servicio  de  los  intereses  multinacionales  y  sus economías de origen que al servicio de las ciudades que se entregan a ella.

Entrando al  segundo dogma, puede haber concertación  real cuando  los participantes entran en desigualdad de condiciones?   Una governanza  realmente concertada  requeriría que cada sector entre a  la negociación con  las mismas posibilidades de  influir el  resultado. De hecho si  leemos   las  proclamaciones  de  entidades  como  el  Banco  Mundial, encontramos que se parte de un sector público sin el poder apropiado para influir la economía pero que  en  cambio  se  pone  incondicionalmente  al  servicio  de  la  acumulación  privada.  Asimismo  se espera  que  la  sociedad  civil  acepte  que  lo  que  es  bueno  para  el  sector  privado  es  bueno  para todos y que su  labor es hacer  todas  las concesiones necesarias para que el sector privado  tenga éxito. ¿Qué poder  tienen un Estado o una ciudad para negociar con una multinacional con mayor poderío  económico  que  ellos?  Como  puede  una  sociedad  civil  a  la  que  el  Estado  le  limita  la capacidad de organizarse o a  la cual  le niega  la  independencia necesaria para  influir el proceso? ¿O acaso la gobernanza es un mecanismo para sentarla a  la mesa y pasarle  todos  los costos y responsabilidades que ni gobierno ni sector privado quieren asumir?

Una gobernanza verdadera requeriría un Estado independiente del sector privado y con la capacidad de  exigirle  que  cumpla  con  su  papel  de  servir  a  la  sociedad,  una  sociedad  civil  con  la misma capacidad  de  presión y  los  mismos  recursos  para  influir  políticas  que  el  sector  privado.  En  su ausencia,  gobernanza  no  es  más  que  una  retórica  para  disimular  el  hecho  de  que  en  la globalización el sector privado pone a  los Estados y a  las ciudades a competir por su  favor; o el hecho  de  que  la  fuerza  de  trabajo  este  cada  día más  impotente  frente  al  capital  que  entonces manipula esta  impotencia para  rebajar  los salarios y  las condiciones de  trabajo al mínimo posible.

Si, la gobernanza como ideal es ideal. Sin embargo, requiere una verdadera negociación no un subsidio diario del sector privado a nombre de  la competitividad.

Los discursos de  la competitividad y gobernanza presentan al sector privado como  la  fuente de  todo  lo positivo, al sector público como la fuente de  toda  ineficiencia y a la sociedad civil como una fuente insaciable de  demandas  excesivas. El  discurso  de  competitividad  implica  un  economicismo  sin  límites  y  el supuesto de que la sociedad existe para la acumulación.

En tanto, conceptos como sostenibilidad y diversidad son hasta cierto punto contra conceptos en la medida en que buscan evitar la destrucción de la tierra por las lógicas de ganancia y terminar con la discriminación que divide  la  fuerza de  trabajo en categorías y  jerarquías en  las que unos seres humanos merecen más que otros simplemente por ser del género, raza, o clase subyugada. Pero en  una  sociedad  capitalista  la  igualdad  real  o  la  sostenibilidad  son  aceptables  solamente  en  la medida  en  que  no  afecten  la  acumulación  o  sean  fuente  de  ganancia.  Es  por  esto  por  lo  es dable argüir  que  hay  una  contradicción  entre  la  sociedad  de  mercado  y  estas prioridades.  Es  por  esto  por  lo  que se sugiere una  sociedad  civil  fortalecida y politizada que pueda  presionar  al  sistema  hasta  humanizarlo  y  hacer  que  el  fin  de  la  economía  no  sea  la acumulación sino la vida.

Finalmente,  ni  la  competitividad,  ni  la gobernanza,  ni  la  sostenibilidad,  ni  la  diversidad  son categorías absolutas; todo puede depender de  las reglas de  juego o las prioridades que las rigen.

Podríamos  invertir el discurso y buscar una competitividad donde son las empresas las que tienen que competir por el privilegio de operar en una ciudad o en un Estado, en este o aquel mercado; donde la sociedad organizada sea la que establece criterios y prioridades y donde el sector publico vigila los acuerdos.  Asimismo podríamos pensar en una gobernanza donde el objetivo común sea la calidad  de  vida  y  el  beneficio  máximo  de  la  colectividad.  También  podríamos  pensar  en sostenibilidad  como  el  derecho  de  una  empresa  a  existir  en  la medida  en  que  contribuya  a  un universo más limpio y que produzca bienes que cumplan con unos requisitos mínimos de acuerdo con  los  intereses colectivos del planeta. En este contexto, el mercado no podría manipular a  los seres  humanos  y  grupos  estableciendo  relaciones  jerárquicas  entre  ellos  con  el  propósito  de abaratar la fuerza de trabajo por debajo del salario necesario o explotar diferencias para efectos de una acumulación deshumanizante.

Reflexiones y propuestas desde la anti-planificación urbana

La planificación tradicional busca ordenar el  futuro sobre  la  base  de  la  racionalidad.  Este  proyecto  se  apoya  en  el  supuesto  de  que  la  sociedad procede  de  acuerdo  con  leyes  permanentes  o  regulares  que  una  vez  formuladas  permitirían predecir  y  legislar  el  futuro  con  objetividad.  Los  críticos  de  este  concepto  han  cuestionado  esta aproximación  desde  dos  líneas  de  argumentación  fundamentales:  la  primera  se  basa  en  el cuestionamiento  de  la  posibilidad  de  unas  ciencias  sociales  construidas  sobre  las  bases  de  las ciencias  exactas  y  naturales. Basada  en  análisis  de  género,  preferencia  sexual,  raza  y  clase,  la segunda  se  basa  en  la  naturaleza  contestataria  de  la  practica  social  y  arguye  que  este  tipo  de propuesta no solamente se  inspira en una sociedad dominada por el patriarcado que ha  regido  la sociedad tradicional sino que oculta la realidad de un dominio patriarcal de clase. De esta manera, la  planificación  institucionalizada  se  presenta  como  una  dictadura  patriarcal  a  nombre  de  la racionalidad.

Desde la fundación de la planificación existían paradigmas de clase y proyectos alternativos que no tuvieron mucho eco.  A  partir  de  los  años  60s  empezaron  a  surgir  otros  modelos  de planificación. Sin embargo, la mayoría de ellos seguían reflejando la racionalidad científica.

Jane  Jacobs[1]  analizo  en  detalle  la  tiranía  de  una  planificación  totalitaria  y homogeneizadora  que  producía  ciudades  segregadas,  totalitarias  y  por  lo  mismo  inseguras  e invivibles.  Por su parte, Lefebvre[2] arguyo que la planificación institucional era una secreción de una sociedad dominada por el valor de cambio y que, por ende, generaba un espacio homogeneizador, represivo y cuantitativo manteniendo a raya la diferencia, la calidad y la creatividad. El papel de tal planificación es  traducir el orden social en una organización  territorial que  lo  reproduzca. 

La planificación critica surge como  la búsqueda de una sociedad diferente a  la actual donde no sean las prioridades de acumulación y por ende la planificación institucional las que rigen sino las prácticas contestatarias y la experimentación con nuevos espacios. Lefebvre ilustra estos puntos así para América Latina:

Las enormes favelas y los tugurios manifiestan una vida  social mucho más  intensa  que  los  condominios burgueses  de  las  ciudades.  Esta  vida social solo sobrevive en tanto que se auto-defiende y entra al ataque en el curso de la lucha de clases. A pesar de su pobreza, estos espacios populares organizan en la vida urbana a veces tan efectivamente  casas,  paredes,  espacios  públicos  que  generan  una  gran admiración. Se trata de una apropiación de un orden superior extraordinario. La arquitectura espontanea  de  la  planificación  demuestra  ser muy  superior  en  la  organización  del  espacio  por  parte  de  especialistas quienes traducen el orden social en una realidad territorial con o sin órdenes directas de las  autoridades  económicas  o  políticas.  El  resultado    en  el  terreno   constituye  un dualismo especial extraordinario. Y el dualismo en el espacio mismo genera la impresión muy  fuerte de que allí hay un dualismo de poder político: un equilibrio  tan amenazante que una explosión es inevitable. La impresión sin embargo es equivocada  una medida precisamente de la capacidad represiva y asimiladora del espacio dominante. El dualismo persistirá  ciertamente;  y,  en  ausencia  de  una  inversión  de  la  situación,  el  espacio dominado simplemente será debilitado. Un dualismo conflictivo, que es un estadio de transición  entre  la  oposición  (la  diferencia  inducida)  y  la  contradicción/trascendencia (diferencia producida), no puede durar para siempre; puede sostenerse, sin embargo en torno a un equilibrio considerado optimo por una ideología particular.

Tal  anti-planificación  exigiría  una  nueva  teoría  que  trascienda  el  tratamiento  institucional  del espacio  y  la  ciudad  y que  permita  articular  las  contradicciones.

Lefebvre  la describe como una ciencia del espacio:

La ciencia del espacio debería ser vista como ciencia de uso, en tanto que las ciencias sociales especializadas conocidas como ciencias sociales se basan en el intercambio y aspiran a ser ciencias del cambio o sea de la comunicación y de lo comunicable. En este sentido, la ciencia del espacio se ocuparía de los campos de lo material, sensorial, y natural, si bien en lo que toca a  la naturaleza, su énfasis seria en lo que se ha llamado una  segunda  naturaleza:  la  ciudad,  la  vida  urbana,  y  la  energética  social,  consideraciones ignoradas por las aproximaciones basadas en una visión simplista de  la naturaleza con conceptos  ambiguos. La  tendencia de tal ciencia iría en dirección contraria a la tendencia dominante (y dominadora) del urbanismo de los POT también en otro  aspecto:  asignaría  a  la  apropiación  un  estatus  practico  y  teórico.  A  favor  de  la apropiación y el uso, por tanto  y contra el cambio y la dominación.

En  este  contexto,  la  anti-planificación  emerge  como  una  oposición  transformadora  que  busca cambiar  relaciones  de  poder  y  reglas  de  juego  opresivas  por  relaciones  de  diferencia  y  las prioridades de la acumulación que sujeta a la ciudad a la tiranía del valor de cambio por relaciones de uso. Sea que estemos de acuerdo o no con  la propuesta  y  las múltiples prácticas de  la anti-planificación o que busquemos un compendio entre ellas, nos encontramos frente a dos conceptos contradictorios de planificación:  la planificación autoritaria de  la  institucionalidad dominada por  las prioridades de  la acumulación (POT) y  la planificación contestataria que busca una gobernanza real y un humanismo  y  democracia  radicales.  El  punto  álgido  aquí  es  la  lucha  entre  el  autoritarismo homogenizante y la diversidad.

A modo de cierre

En última instancia, la planificación es un acto de poder. Entonces podemos hablar de un poder que  impone  su agenda desde arriba, una  negociación donde  cada parte entra con la misma posibilidad de influir el resultado, o un ejercicio de contradicciones donde puede haber formaciones que incluyen varios sectores de clase bajo el control de una de ellas (ej. el clientelismo) o una lucha por imponer los intereses de una a las demás.

De  hecho  la  planificación  no  ha  logrado  ni  puede  imponer  un  dominio  absoluto  de  clase.  La democracia  representativa  ha  propuesto  una  planificación  con  participación  constreñida (planificación  participativa constitucional y legal)  donde  se  manipulan  los  intereses  de  clase  y  donde  se  presentan muchas  combinaciones.  Para  nuestro  caso,  la  globalización  neoliberal  aparece  como  un  nuevo absolutismo  de  clase  apoyada  en  una  maquinaria  apabullante  de  propaganda  e  ideología  (las virtudes del  libre cambio y de  la mal  llamada democracia), un monopolio cada día más arraigado del poder  represivo del estado y  la dictadura del mercado. Esta planificación ha sido devastadora para Bogotá y el resto de ciudades y ha profundizado el sistema de transferencia de valor hacia fuera.

Si Bogotá y Colombia quieren cambiar su destino  tiene que desarrollar otra doctrina, otra  práctica,  y  una  planificación  contestataria  o  alternativa  a  la  que  la  globalización  neoliberal impone.

Los grandes beneficiarios de la planeación urbana y de los POT no son los ciudadanos; quienes han sacado provecho de todas estas normas, como lo muestran los resultados del desarrollo urbano, son poderosos grupos empresariales inmobiliarios, que sacan partido de la captura y control de las Oficinas de planeación y de las Curadurías.

Solo  una  práctica  de  oposición  o  anti-planificación  puede  abrir  las  puertas  a  la  producción  de diferencia. Tal práctica tiene que ser agresiva y contestataria e inscrita en una lucha de clases que abra  nuevos  espacios  de  posibilidad  y  genere  nuevas  prácticas  donde  el  uso  y  la  apropiación prevalezcan.   El  futuro no es un resultado mecánico de  leyes subyacentes a  la  realidad ni de una racionalidad  objetiva. El  futuro  es  lo  que  queremos.  No  se  puede  predecir  o  diseñar científicamente en una mesa de dibujar. Si bien podemos actuar guiados por  lo que no queremos, sobre  la base de aquello de  lo que conocemos que nos aliena  y de principios humanizantes, no podemos predecir cómo será ese futuro; pero si podemos construirlo a través de la eliminación en la práctica diaria lo que nos aliena y excluye, que no es otra cosa distinta que el neoliberalismo.

[1] Jane Butzner Jacobs (Scranton, Pensilvania, 4 de mayo de 1916 — Toronto, 25 de abril de 2006) fue una divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista sociopolítica canadiense, nacida en Estados Unidos.

Su obra más influyente fue The Death and Life of Great American Cities (1961), en la cual critica duramente las prácticas de renovación urbana de los años 1950 en Estados Unidos, cuyos planificadores (planificación urbanística, diseño urbano) asumían modelos esquemáticos ideales que según ella condujeron a la destrucción del espacio público. Utilizando métodos científicos innovadores e interdisciplinares (procedentes tanto de las ciencias sociales como de las ciencias naturales), Jacobs identificaba las causas de la violencia en lo cotidiano de la vida urbana, según estuviera sujeta al abandono o, por el contrario, a la buena alimentación, la seguridad y la calidad de vida.

[2] Henri Lefebvre (Hagetmau, Landas, Francia, 16 de junio de 1901-28 de junio de 1991) fue un filósofo marxista francés, además de intelectual, geógrafo, sociólogo y crítico literario.

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